domingo, 29 de noviembre de 2009

✪ UNA ANÉCDOTA DE MIEDO... ✪


No sé si vosotros creeréis en estas cosas, los habrá que sí y los habrá que no. A algunos que les de vergüenza contar hechos inexplicables que han vivido y a otros, como yo, que no les importe compartir anécdotas tan insólitas como la que voy a relatar a continuación.

Una cosa tengo clara, lo que vi con mis propios ojos fue real, pasó de verdad porque fui testigo de ello en primera persona e hizo que me estremeciera de pies a cabeza.

Esto me sucedió recién entrada en la Armada, en mi primera guardia como cuartelera, en la primavera del año 2000. Me tocaba montar vigilancia de 2:00 a.m. a 4:00 a.m., estaba cansada y tenía ganas de que se pasase el servicio rápido. Todas mis compañeras dormían plácidamente y la luz roja de policía era lo único que iluminaba el pasillo de la última planta del cuartel. "Sólo dos horitas y vuelvo otro rato para cama". 

Tenía por compañera a una cabo que era parca en palabras y se dedicaba a hacer rondas, muy a menudo, a las plantas inferiores del edificio, vamos, que me pasé casi toda la vigilancia sola. Y allí estaba yo sentada en una silla cutre, fría y más dura que una piedra, que estaba situada al lado de una ridícula mesita sin absolutamente nada sobre ella y encabezando el largo y ancho pasillo que unía los sollados. Justo a mi espalda, a escaso metro y medio, la puerta blanca y de doble hoja de los vestuarios, delante de mí la escalera y las entradas a los módulos donde descansaban mis compañeras en literas.

El silencio de la madrugada inundaba mi ensimismamiento, me agobié de estar sentada y me puse en pié dispuesta a caminar pasillo adelante. Sólo se escuchaba el pisar de mis botas, las hebillas de mis correajes y algún que otro ronquido. Pero no había dado ni dos pasos cuando escuché un grito escalofriante (que más bien parecía un alarido) a mi espalda. Me sobresaltó, frené en seco y pude notar como se me erizaban los pelillos de la nuca. Me giré hacia atrás fijando mis ojos en la puerta blanca de los vestuarios que permanecía cerrada.

"¿Cómo es posible?", me pregunté. "Llevo aquí sentada un buen rato y nadie ha salido de los módulos, ni ha entrado en los vestuarios. Si hubiera sido alguien tendría que haberle visto pasar, a no ser que fuera invisible, además, antes de que la cabo se marchara, las dos habíamos pasado una ronda a los vestuarios y allí no había nadie dentro.

Debo de admitir que ahí todavía no sentí el miedo en el cuerpo, porque a fin de cuentas pensé que tal vez se tratase alguien de las plantas inferiores del edificio o una de mis compañeras de los módulos que había soñado en alto. Así que me dispuse a entrar en los vestuarios sin más a ver si estaba todo en orden.

Giré el pomo muy despacio, abrí la puerta y entré sin hacer ruido, muy lentamente, después la volví a a cerrar de igual modo. Olía a una mezcla de amoniaco, sal fuman y orines, asqueroso. Fui mirando uno a uno los pasillos del vestuario, sólo se escuchaban mis pasos al caminar y como mucho algún grifo gotear. Primero miré en las duchas de ambos lados, nada de nada; en las letrinas tampoco; y por último llegué a donde estaban los lavabos, pero no fui capaz ni de adentrarme en el pasillo cuando la puerta blanca se abrió y se cerró sola, violentamente, delante de mis propias narices. Los ojos se me abrieron como platos, reconozco que me dio la risa tonta, esa que te sale cuando te cagas de miedo y me pregunté “¿Y ahora qué coño hago?, ¿salgo o no salgo de aquí?” 

Caminé con un ligero temblorcillo en las piernas y el corazón en un puño hacia uno de los lavabos, abrí el grifo y me enjuagué el rostro con agua muy fría, respiré hondo, conté hasta diez un par de veces y me dispuse a salir como quien no había visto nada. “Fue mi subconsciente” me repetía una y otra vez.

En los módulos todo estaba tranquilo, nadie se había levantado y ninguna de las chicas estaba despierta. En la escalera no se veía movimiento alguno, ni se escuchaba bajar, ni subir a ninguna persona. Me senté en la fría y dura silla agarrotada como un palo, en alerta por si volvía a ocurrir algo parecido. Un cuarto de hora más tarde, apareció la cabo que me preguntó al verme: "¿Qué te pasa, Raquel, estás muy pálida?, ¿te encuentras bien?, estás blanca. Ahí fue cuando me dí cuenta que aquello no podía haber sido producto de mi imaginación.

A la semana nos trasladaron de cuartel y no volví a montar más guardias allí, menos mal. Sí que es cierto que alguien, no recuerdo quien, me había comentado que algún marinero de reemplazo se había suicidado colgándose de la ducha. Suicidios en el Cuartel de Instrucción conozco, pero en el edificio donde tuve ese encuentro con lo paranormal no tengo ni idea. Cabe decir que por aquel entonces no creía en nada de Vírgenes, ni Cristos, sólo hacía un año que mi madre había fallecido y estaba enfadada con el mundo, pero a raíz de aquel acontecimiento tan inexplicable e iracional siempre llevo una medallita de plata colgada al cuello.




3 comentarios:

  1. Entiendo el al momento que has debido pasar

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  2. Uff... Pues la verdad que en aquel momento me asusté muchísimo. Sugestión o no, y aunque ahora me ría, lo que está claro es que, aquella noche, el brinco lo pegué jejeje

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