martes, 12 de noviembre de 2013

✪ La Leyenda del Castillo de Andrade "O Castelo da Fame" (El castillo del hambre) ✪


La historia de este castillo está muy ligada a Fernán Pérez de Andrade, conde que ordenó su construcción después de obtener el territorio por donación del Rey de Castilla Enrique II de Trastámara, en agradecimiento al apoyo recibido durante la guerra. La edificación comenzó a construirse a principios de la segunda mitad del siglo XIV sobre las ruinas de una antigua fortaleza. Se lo denominó el alcázar de los Andrade y fue totalmente reedificado tras su destrucción a consecuencia de las revueltas irmandiñas en el año 1467.

Varias leyendas se cuentan sobre este antiguo castillo, una de ellas trata de una historia de amor con trágico final que perdura en el tiempo generación tras generación.

Sucedió en el año 1389,  Pero López, un hombre fuerte y hosco, era el alcaide que estaba al cuidado de la fortaleza de los condes. El alcaide estaba enamorado de Elvira, una de las doncellas de la Señora de Andrade, pero la hermosa joven no le correspondía.

Elvira estaba enamorada de Mauro, doncel y mano derecha del Señor conde, pues el muchacho era su hijo bastardo. El alcaide no podía soportar que Mauro fuera el favorito tanto de la doncella como del Señor y un odio inmenso comenzó a crecer como un torrente en su interior según pasaban los días, tanta ira le llevó a maquinar una venganza cruel.


Una tarde lluviosa el alcaide se acercó a la villa de Pontedeume para gestionar unos asuntos en el Pazo de los Andrade, allí se encontró con Mauro y Elvira, los dos amantes se hacían arrumacos y sonreían, al sentirse observados por los enfurecidos ojos del viejo, ambos le dedicaron sendas miradas de desprecio. El alcaide que ya se sentía menospreciado por la joven doncella, celoso y cegado por el cólera, les maldijo jurándoles odio eterno.

Zaib era un esclavo negro y mudo que obedecía en todo al alcaide cual perro fiel. Pero López ordenó al esclavo que sedara y secuestrase a los dos jóvenes, y éste acató el mandato sin importarle cuales fueran los motivos de su amo.

Zaib se las ingenió para drogar a sus víctimas y trasladar los cuerpos adormecidos de los dos jóvenes a una estancia subterránea del castillo, a la que se accedía bajando por unas escaleras poco iluminadas, viejas y muy empinadas. Una vez allí les amordazó y les hizo prisioneros enganchándoles con cadenas a los fríos y gruesos muros de piedra, de manera que quedasen uno enfrente del otro.

Los días se sucedían, Mauro y Elvira tuvieron que soportar la tortura de verse sin poder tocarse, sin poder moverse, sin poder beber, sin poder comer, sin poder gritar para pedir auxilio, encerrados en aquella diminuta estancia húmeda y oscura.

Pasaron muchos meses hasta que Pero López fue malherido en una reyerta y el señor de Andrade acudió a visitarle en su lecho de muerte. El alcaide que estaba aterrado por su inminente muerte, tenía un gran remordimiento de conciencia y fue entonces cuando le confesó al conde lo que había hecho con Mauro y Elvira.
 "Señor, os pido perdón. Fui yo quien, por envidia y genio, enojado por el desprecio de Elvira, encerré en el subterráneo de la torre a la doncella y a vuestro paje Mauro... Mi intención no era acabar con sus vidas, sino vengar mi corazón roto causando un profundo sufrimiento a los amantes. El esclavo negro les llevaba de comer de vez en cuando, hasta que un día Mauro logró liberarse de las cadenas y atizó con el hierro a Zaib dejándole malherido. Mientras Mauro intentaba liberar a Elvira, mi esclavo se arrastró hasta llegar a la poterna y, aunque cayó muerto a la entrada del calabozo, tuvo tiempo de cerrar el muro impidiendo la salida de los jóvenes. Al cabo de las horas, cuando le eché de menos, bajé al subterráneo y encontré al esclavo muerto, con la cabeza destrozada y ensangrentada... ¡Cogí miedo, Señor!, comprendí lo que había sucedido y no me atreví a descorrer el muro nunca más, ¡y los infelices murieron de hambre!..."
Al conde le pareció terrible el testimonio del alcaide, sus palabras le desgarraron el corazón y con los ojos envueltos en lágrimas empuñó su daga y se la clavó en el pecho, lo más profundo que pudo, al asesino de su hijo, arrancándole de cuajo la poca vida que le quedaba.

Cuando el Señor de Andrade bajó a la estancia subterránea se encontró a los dos amantes que yacían muertos en el suelo unidos por el que debió de ser su último abrazo. Cuenta la leyenda que después de aquello, el conde se encerró en su castillo apesadumbrado por la trágica y cruel muerte de su joven y adorado hijo Mauro.

Desde entonces, aún hoy en día, cuando alguien pasa cerca del castillo dice (santiguandose) : "que deus teña na gloria ós que morreron no castelo da fame" (que dios tenga en la gloria a los que murieron en el castillo del hambre).